lunes, 6 de julio de 2009

Lo que ya sabemos

Lo que ya sabemos
Jesús Silva-Herzog Márquez  
6 Jul. 09

Al escribir esta nota no sé cómo han caído los votos en las urnas. No conozco cuál será la nueva integración de la Cámara de Diputados ni cuál habrá sido el resultado de las elecciones emblemáticas de este año.

Desconozco si el descontento logrará pintar el proceso con las marcas de la anulación. Carezco de la materia prima de la opinión del instante. Me veo forzado a continuar con el lenguaje de la especulación cuando el País está ya volcado al examen de los datos. Pero, independientemente de la precisión de los porcentajes y los escaños, hay cosas que ya pueden saberse.

El Presidente de México volverá a salir debilitado de una elección intermedia. Como ha sucedido desde 1997, el Presidente arranca la segunda mitad de su periodo con una base congresional disminuida. Si Felipe Calderón es un Presidente notablemente popular, un Presidente que ha mejorado su imagen pública desde que asumió el poder en situaciones dramáticas, será institucionalmente más débil a partir de ahora.

La imagen de Calderón no se habrá traducido en votos para su partido. El respaldo que tendrá en la Cámara de Diputados será menor al que tenía al arranque de su Gobierno.

La gran incógnita era, hasta la jornada electoral, si el descenso de la presencia del PAN pudiera llegar al punto de quitarle al Presidente la capacidad de sostener el veto del Ejecutivo. El número crucial es 168 diputados. Si Acción Nacional cae más bajo, el golpe a la Presidencia de Calderón sería en verdad demoledor.

¿Se verá obligado el Presidente Calderón a reconsiderar aquella oferta del candidato Calderón que todavía reivindicaba en su tiempo el Presidente electo Calderón que consistía en abrir el gabinete para la formación de una coalición bipartidista que diera gobernabilidad al País?

Ésa fue una línea constante de su discurso: si no cuento con mayoría, decía antes de diciembre del 2006, invitaré a representantes de otras fuerzas, pactaré con otros partidos para asegurar respaldos en el Congreso. Yo garantizaré mi compromiso con posiciones en mi gabinete.

Sabemos bien que esa oferta quedó en el basurero. El equipo de Calderón ha tenido sólo un color. El resultado de la elección de ayer podría llevar al Presidente a revivir aquella vieja oferta.

En todo caso, el nuevo reparto de posiciones en la Cámara de Diputados significa un reacomodo de responsabilidades. Un PRI que no se ha visto forzado a renovarse, un partido que no ha emprendido una autocrítica real, un partido que conserva viejas prácticas y viejos liderazgos habrá recibido el encargo de ser el partido mayoritario. Su base regional le habrá ayudado a recuperar esa posición. El reto para ese partido es complejo: tendrá que proyectar una imagen de oposición cogobernante, una oposición responsable que no apuesta ya al fracaso de su antagonista, sino al cuidado de la casa común, como la llamó en su momento Ernesto Zedillo.

Una rendija de esperanza se abre con el fortalecimiento del PRI. Que se reanime un partido con clara ambición y perspectiva presidencial puede generar incentivos de colaboración entre el Gobierno y su principal oposición.

México parece recuperar en su dimensión nacional esa estructura que lo marcó durante varios lustros: una composición de dos grandes partidos nacionales y una organización relevante, pero disminuida: una izquierda con fuerte presencia en algunas regiones, pero menor en el mosaico nacional. Dos partidos y medio.

La izquierda partidista habrá recibido ayer un golpe importante. Desde hace tres años ha hecho una terca campaña contra sí misma. Pagará los costos. En el Congreso, se anuncia la conformación de dos bloques políticos en el flanco izquierdo. Uno seguirá la estrategia reformista e institucional de quienes ahora dirigen al PRD. El otro, fiel a los dictados del caudillo, hará uso de las estrategias de fuerza para imponerse. La gran incógnita de la nueva legislatura es si conducirá al desgajamiento definitivo de la izquierda.

Se oirá en estos momentos la batalla demagógica del mandato. Todos los partidos presumirán de un aguzado sentido del oído: hemos escuchado a los electores, nos dirán de muchas maneras. Dirán que entienden el propósito de sus votos y el sentido de los votos que les negaron. Dirán también que comprenden la irritación de quienes han anulado su voto.

El gran mensaje, sin embargo, seguirá probablemente sin mención. Me refiero al mensaje que se ha reiterado elección tras elección tras la histórica votación de 1997: México es un país cuyas reglas impiden la formación de una coalición de gobierno. Mientras no consideremos ese hecho como el dato fundamental de nuestra vida política, no habremos escuchado nada.

Si seguimos creyendo que los problemas de la democracia mexicana se resuelven modificando por enésima vez la ley electoral, nos seguiremos engañando, para complacencia de la clase política y la clase opinadora.

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